Actualmente vivimos un periodo de tiempo que parece irreal con una pandemia propia del siglo XIX que afecta potencialmente a todos por igual en todos los países. Este coronavirus denominado Covid19 tiene una alta capacidad de contagio. Afecta a una población sin contactos previo, sin inmunidad adquirida. La gran mayoría de los contagiados, serán bajo síntomas menores o asintomáticos. Factores como la edad (mayores de 65) y padecer patologías previas (cardiopatías, broncopatías…) incrementan el riesgo de padecer un cuadro grave que exija un ingreso hospitalario y asistencia de oxigenoterapia. Aquellos pacientes que no responden positivamente a la oxigenoterapia y a los tratamientos utilizados, deben pasar UCI para aplicarles respiración asistida y un coctel de amplios fármacos de efectos potentes. En este grupo grave se desencadena una crisis o tormenta inflamatoria, un mecanismos inmune exagerado y que afecta especialmente al tejido pulmonar, pero que más tarde se hará sistémica.
No se tiene ningún tratamiento plenamente eficaz. ¿Y qué hace la medicina? Trata de recurrir a fármacos que ya usados en el pasado para otras patologías (antipalúdicos-antireumatoideos, retrovirales, antinflamatorios…) para ver si ellos hacen “algo”.
La practica medica se mide con instrumentos clásicos que no sirven mucho. Cada año mueren en nuestro país 15.000 personas que se atribuye al virus conocido de la gripe, Afecta a 750.000 personas, genera 50.000 ingresos en hospitales, 3000 de ellos entran en la UCI. Son cifras que si se comparan con el actual Covid1, son paralelas. Pero cuando llega la época de la gripe no se congela una nación ni su línea productiva, se cierran escuelas y universidades.
¿Cuál es la diferencia?
No se conoce al virus perfectamente, la población en su conjunto es la primera vez que tiene contacto inmune y no posee anticuerpos. La contagiosidad es alta y rápida y la nuestra población es vulnerables: hay una proporción importante de gente mayor o muy mayor: ancianos con patología base y sistemas inmunes deficientes, personas con cardiopatías, inmunodeficientes severos tienen alto riesgo de caer en el grupo que necesitaría una cama de atención constante y un respirador artificial.