La edad es el mayor factor de riesgo de la enfermedad de Parkinson (EP) de tal modo que su prevalencia es dependiente de la edad, alcanzando el 0,6-0,8% entre los 70 y 79 años. Por lo general comienza a los 40 años y aumenta de forma constante estabilizándose a partir de los 75 años.

Las manifestaciones clínicas de esta patología neurodegenerativa incluyen; movimiento tembloroso involuntario en reposo; rigidez muscular, bradiquinesia (dificultad para iniciar el movimiento; por ejemplo, dificultad para levantarse de la posición de sentada); inestabiliddad postural (inclinación hacia delante o hacia atrás en posición erecta, esto refleja una alteración del equilibrio y de la coordinación). Es una enfermedad progresiva, a medida que pasa el tiempo y la enfermedad avanza, los pacientes se encuentran más agarrotados y se mueven con más lentitud. También pueden aparecer síntomas vinculados al sistema nervioso involuntario y en etapas tardías aparecen problemas psicológicos que pueden llegar a convertirse en demencia.

La razón de estos problemas con el funcionamiento y el control de los músculos se ha atribuido a una deficiencia del neurotrasmisor dopamina debido a a pérdida de las neuronas dopaminérgicas,  lo que produce un corte en el circuito neuronal que afecta los movimientos..  La aparición de los síntomas de EP aparecen cuando se ha perdido más del 80% de las neuronas dopaminérgicas.

La(s) causa(s) responsables de la aparición de la EP son actualmente desconocidas. Una de las teorías más extendidas es que es una enfermedad producida por la neurodegeneración de ciertas estructuras del SNC, producidas por un aumento del daño oxidativo debido a radicales libres.  El aumento del daño oxidativo puede ser producido por dos causas principales. a) Un aumento en la producción de radicales o b) la disminución de los mecanismo de protección frente a estos radicales libres. Por otra parte, los procesos inflamatorios parecen implicados en el desarrollo del Parkinson y otras enfermedades neurodegenerativas. También diversos estudios epidemiológicos han identificado factores ambientales considerados como factores de riesgo de contraer la enfermedad, entre los que se incluyen la exposición prolongada a determinados metales pesados como el plomo, hierro, cobre, aluminio  y mercurio, altamente neurotóxicos. Al mismo tiempo, en la actualidad se están describiendo evidencias de la existencia de factores heredable que predisponen a desarrollar los síntomas clínicos del Parkinson (se han descrito varias mutaciones genéticas hereditarias que conllevan a la aparición de EP).

Actualmente la EP no tiene cura, pero sí se puede controlar eficazmente. En la EP precoz, el tratamiento está orientado a mejorar los síntomas, sobre todo los motores. En el caso de la EP avanzada, los problemas directamente relacionados con los efectos secundarios a largo plazo de la medicación son los que más preocupación crean.

La enfermedad de Parkinson afecta a muchas estructural cerebrales y desde la medicina tradicional los fármacos más frecuentemente utilizados para el tratamiento de los síntomas no motores ( trastornos del sueño, estreñimiento, depresión, ansiedad, dolor, fatiga, etc) son benzodiacepinas, loracepan, antidrepesisvos, anticolinesterásico, neurolépticos, etc.    El tratamiento convencional se basa en la administración de L-dopa y existen también algunos procedimientos quirúrgicos para ayudar a controlar los temblores. Aunque útiles en el control de la enfermedad, los medicamentos y la cirugía lleva el riesgo de efectos secundarios. Por eso, muchos enfermos optan por la medicación sólo cuando no pueden funcionar lo suficientemente bien sin ella.

En CMI – Clínica Medicina Integrativa abordamos el tratamiento de la EP de manera global. La valoración del estatus nutricional del paciente es esencial; estudios recientes han demostrado que muchos pacientes con EP son deficitarios en jugos gástricos y enzimas digestivas, lo que provoca una digestión defectuosa además de cursar con un proceso de permeabilidad intestinal que compromete la absorción de nutrientes. Toda esta digestión y absorción deficientes imponen un estrés adicional al hígado, comprometiendo el proceso de detoxificación hepática. Los problemas con la detoxicación del hígado son a menudo una característica de los enfermos de Parkinson. Por todo ello, una dieta de detoxificación que promueva la funcionalidad hepática, terapia ortomolecular oral o endovenosa con antioxidantes, quelantes, vitaminas del complejo B que promueven la salud cerebral y protegen el tejido nervioso interviniendo también en la producción deneurotrasmisores, ácidos grasos esenciales que son los componentes de las membranas neuronales, etc, forman parte de la estrategia terapéutica empelada en CMI.

Otro aspecto importante es estimular lo más posible las capacidades motoras de estos pacientes a través de programas personalizados  “ejercicio terapeutico” así como mantener su salud emocional y psíquica en el mayor equilibrio posible. Terapias de relajación, de meditación, control de estrés, de biodescodificación, ayudan al paciente y a sus familiares a afrontar la enfermedad con la mayor serenidad posible.

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