Actualmente, entre un 5 y un 10% de los bebés están siendo engendrados por FIV. Los abortos en personas jóvenes supuestamente sanas son cada vez más frecuentes. Con el sufrimiento psíquico que supone la pérdida. Los tratamientos de FIV no están exentos de efectos secundarios. Vivimos en un mundo nuevo con nuevas problemáticas. Estamos sometidos a químicos que nuestros abuelos ni conocían ni sufrían, productos que salen al mercado y solo cuando empiezan a ocasionar daño en humanos, tras las investigaciones de científicos y años de luchas y dilaciones, son retirados, habiendo causado ya daños.
La infertilidad no se debe exclusivamente a que la mujer, queriendo tener una formación universitaria y luego un empleo estable, forma pareja más tarde y por tener más años le cuesta más embarazarse. Tampoco es únicamente porque las
parejas tienen una duración más limitada en el tiempo, quizás porque nadie aguanta a nadie, un poco de psicoanálisis no les vendría mal a las parejas para aprender a amarse. La infertilidad de ambas causas se dispara, la de causa masculina alcanza cotas desconocidas hasta hoy, la endometriosis incrementa su incidencia y ambas se relacionan con varios factores que la medicina convencional no les da, por ahora, la importancia que merecen.
Uno de ellos son los contaminantes hormonales. Los contaminantes hormonales (disruptores endocrinos o EDC) son sustancias químicas que alteran la síntesis, liberación, transporte, metabolismo, acción o eliminación de las hormonas naturales, modificando el funcionamiento del sistema hormonal humano y animal.
La Guía de alimentos disruptores que analiza datos oficiales de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) sobre residuos de plaguicidas en los alimentos muestra que el 28 % de los alimentos analizados
contienen residuos de plaguicidas. Este porcentaje aumenta hasta el 45 % para frutas y verduras, sin duda el grupo con mayor número de residuos de plaguicidas (119), un tercio de los cuales son disruptores endocrinos.

En su libro Primavera silenciosa, Rachel Carson, nos advertía de que los pájaros de una región de USA ya no cantaban y no cantaban porque no estaban: no se reproducían, no se reproducían porque habían bebido agua y comido peces de un río, un río en cuyo cauce había sido vertido un tóxico: el bifenil policlorado (BFP), que resultó ser un disruptor endocrino. Así los animales sometidos a este tóxico con efecto hormonal ya no eran macho y hembra, sino hermafroditas o todos hembras. Lo interesante es que el hombre, que tanta distancia ha puesto entre él y los animales,tiene también un cuerpo biológico,sometido a regulaciones hormonales y la bióloga Rachel Carson, quería con su libro advertirnos del peligro que corremos los humanos.
Los animales, con cuerpos más pequeños que el nuestro y mecanismos menos sofisticados para detoxificar, nos advertían ya con sus padecimientos del daño que estas sustancias podían llegar a causar a los humanos, el último depredador en la cadena alimentaria.
El BFP se vertió por accidente en las aguas de aquel río, pero otros disruptores, como el Bisfenol A, han estado en biberones, recubrimientos de latas de conserva, incubadoras, tickets de supermercado, ropa de fibra sintética… Los parabenos están en productos de higiene y cuidado personal, como cremas y geles. Algunos pesticidas de fruta y verdura no ecológica, como el clorpirifós, que actualmente ha sido prohibido, afecta al sistema hormonal humano, se relaciona con graves daños en el cerebro infantil y alteraciones del ADN. En alguno de los alimentos analizados, como la miel, zanahorias, patatas y piña, superaba los niveles recomendados. Y estamos hablando de un tóxico aislado.
El problema es el cóctel que estas sustancias forman en nuestro organismo. Desconocemos totalmente sus consecuencias.

El semen de los occidentales es peor ahora que hace 40 años, mucho peor. En dos de las variables que determinan su calidad, concentración de espermatozoides por mililitro y cantidad total de espermatozoides, las cifras se han reducido a menos de la mitad. La Dra. Elizabeth Carlsen, del Rigshospitalet de Copenhague, ya nos lo advirtió en 1992, analizando muestras de 15.000 hombres en 61 países. Aceptémoslo. Lo más fértil en este momento, que se reproduce con tirar una semilla al suelo como una enredadera invasiva, son las clínicas de fertilidad. Pero
si un negocio crece, es porque se sustenta en una necesidad humana. La escasa fertilidad de las parejas es lo que hace que proliferen estas clínicas. Yo me pregunto:
Si empezamos a sugerir a las parejas que coman sano y ecológico, hagan deporte, se detoxifiquen y mejoren sus vías de depuración hepáticas, linfáticas, renales, desinflamamos el endometrio (futura casa del embrión) y las trompas, tratamos la permeabilidad del intestino (que permite la llegada de gérmenes intestinales al aparato genital), que es una de las causas de pérdida fetal por corioamnionitis (infecciones del líquido amniótico secundarias a infecciones endometriales) o de adherencias tubáricas que dificultan la concepción.
Por supuesto, damos atención psíquica a la pareja, para saber si realmente desean ser padres y mejoramos la calidad de los gametos al retirar toxinas y apoyando con nutrientes. Y también descartamos mediante un sencillo estudio genético algún polimorfismo del gen MTHRF que es causa frecuente de abortos por hipercoagulabilidad y aumento de homocisteína, añadimos las dosis precisas de fólico y B12 metiladas para revertir la situación.
Así aumentamos las probabilidades, mejoramos la salud de la pareja, más allá del resultado de embarazo y reducimos infinitamente la iatrogenia.
¿No será mejor tomar estas medidas que recurrir a las altísimas dosis de hormonas que se les dan a las mujeres, someterlas a inyecciones, efectos secundarios como cambios de peso, acné, alteraciones del estado de ánimo…Y luego, un ciclo
tras otro de fecundación in vitro (he visto pacientes con más de diez ciclos fallidos hasta conseguir el embarazo), con la consecuente ilusión frustrada de un posible embarazo que no llega, porque el cuerpo que tiene que recibir al embrión y el que ha aportado los espermatozoides no están preparados, y quizás, tampoco su psiquismo?
La infertilidad puede ser un síntoma de otra cosa, de mala salud global. No se trata de ciegamente tomar un óvulo y un espermatozoide y ponerlos juntos en una probeta para, si hay desarrollo de embrión, implantarlo. Se trata de preguntarse ¿Por qué dos jóvenes no pueden concebir? Y tratar luego las causas.
Dra. Alejandra Menassa de Lucia
Médico internista. Psicoanalista.
Responsable del Departamento de Medicina
Interna en CMI.

Infertilidad masculina

Un 20% de las parejas que desean tener descendencia no lo consiguen. En ese caso se sabe que el 50% de las posibilidades está en manos del varón. Es difícil que en el tema de infertilidad sean los varones los que tomen la iniciativa del estudio siendo generalmente la mujer la que todavía suele soportar el proceso de búsqueda de “las razones por las que no me quedo embarazada”. Pero esta situación está cambiando.

El varón debe saber en primer lugar que puede formar parte del problema y que hay soluciones para ello. Hoy sufrimos un importante efecto de la toxicidad medioambiental que incide sobre las hormonas masculinas bloqueando sus receptores y sobre el proceso de espermatogénesis. Muchos jóvenes varones presentan cifras de esperma baja en cantidad y calidad, en diversos estudios científicos. El estrés-el efecto de cifras elevadas constantes de cortisol suele general un agotamiento adrenal que conlleva ya caída de DHEA y testosterona. Estudiar factores como antecedentes de infecciones en próstata-prostatitis-, es también necesario por ejemplo, así como el tipo de actividad laboral , los tóxicos como consumo excesivo de alcohol, tabaco y otras drogas o algunos medicamentos.

Los estudios sanguíneos hormonales y de parámetros como zinc, selenio y otros oligoelementos o antioxidantes como el adecuado nivel de vitamina C, el espermiograma y en nuestro caso la valoración no agresiva con la técnica de bioresonancia de Med-Tronik nos permite conocer “algo más” de lo que puede estar ocurriendo para ponerle en camino de solventar su infertilidad.

Tras un informe que se emite al paciente se le programa un plan nutricional, se busca eliminar los tóxicos medioambientales en el organismo con terapias de detoxificación, asegurar buenos niveles de hormonas y oligoelementos y antioxidantes como ácido lipoico, Q10 y/o vitamina C (un producto que necesita obligatoriamente junto al zinc nuestra próstata ), verificar que el sistema inmune esté trabajando adecuadamente y controlar posibles infecciones residuales con VPH, Chamydias…permiten en un importante número de personas con medidas simples y sencillas mejorar su calidad de vida y lograr el objetivo de procrear.

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